Reflexión #3: “La Muñeca Menor” de Rosario Ferré






Por décadas, el regalo predilecto para una niña de siete años es una muñeca. Mientras más costosa, más lujosa y mientras más estrambótica, mejor. Se busca el motivo perfecto para educar a las niñas a lo que deben hacer o más bien a lo que se espera que hagan desde el momento en que la pequeña comienza a crear sentido de razón. Le ponemos vestidos, las enseñamos a sentarse, a peinarse a vestirse, a mantenerse limpias y ordenadas, le mostramos todo tipo de comportamiento que encajona la niñez de cualquier individuo en un estereotipo marcado de lo esperado. Cierto es que las mu~ecas son juguetes preciados, son juguetes no dañinos para la mente de un menor. Pero detrás de ese bello vestido y esas mejillas perfectas se encuentra todo lo sublime materializado que les espera en la adultez.



Las muñecas son perfectas imágenes de belleza, siempre están limpias y arregladas. Esto también se espera de nosotras las mujeres. Mejor cito, “Ningún hombre va a querer a una mujer que no se arregle”, ¿acaso tengo que arreglar mis cromosomas para que dejen de producir en gen que codifica para cabello rizo porque ahora no es aceptado socialmente? Supongo que dentro de los estándares de muchas de las personas mi cabello no es de agrado, pero mi visión va mucho más allá de lo que trataron de incrustarme cuando era más joven sobre el superficialismo y las apariencias.



Cierto es que se espera mucho de la mujer, se espera que se arregle, que sea perfecta, que se alimente bien, que sea delgada, que sea madre, que sea amante y esposa, que sea limpia y ordenada, que pueda llevar su hogar, que sea chofer, que sea tutora y que tenga un millón de responsabilidades que no se le dan a los de nuestro sexo opuesto porque simplemente se espera de una mujer que cumpla con todas estas características.

¿Qué representa la muñeca? Lo que nos espera cuando nos casemos. Porque aunque tal vez no sea la ley de la época, solía verse años atrás que el hombre enamoraba a la mujer más bella para postrarla en un balcón a ser la exhibición de lunes a domingo en la vitrina de su casa. Los roles de las mujeres y de los hombres han cambiado mucho, pero aún se espera de nosotras que vivamos tras la sombra de nuestros hombres. Debemos desprendernos de los estereotipos, de nuestras propias chágaras que somos nosotras mismas. Dejemos a un lado las muñequerías, lo pretensioso, lo material, lo exterior, las apariencias, las expectativas. Porque aunque nuestro interior sea relleno de miel, cualquiera puede drenarnos a tal capacidad que nuestros rostros se petrifiquen con una falsa belleza.

Seamos mujeres independientes, esposas de nuestros maridos, no maniquís de exhibición. Seamos mujeres pensantes, no muñecas con cerebro de algodón. Porque al fin y al cabo somos mujeres y ellos son hombres, eso es así, pero cada uno vive para complementar al otro, no para maltratarse, adularse y mucho menos para manipularse. Ser una muñeca te priva de tu identidad, de tu personalidad, de tu espíritu. Piensa, mujer, sé libre.

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